Quizá uno de los grandes ‘cucos’ con los que tiene que enfrentarse cualquiera que haya terminado una carrera universitaria es la escritura del trabajo de grado. Puede ser una disertación, una monografía, una tesina, un proyecto final o una tesis, o como sea que lo llame cada institución. No importa el nombre que tenga, pero siempre está ahí como el escollo que debemos superar si queremos lograr el título que tanto trabajo (y dinero) nos ha costado. Escribir un trabajo de final de carrera suele transformarse en una tarea tan engorrosa, que mucha gente no se gradúa solo porque no consigue terminar el trabajo. Y no se lo termina por varias razones: porque lleva mucho tiempo, porque la propuesta no está bien argumentada, porque no hay acuerdos con el director o el tutor, por circunstancias burocráticas y muchas más.
Seguro hemos escuchado comentar, al empezar una carrera de grado o de posgrado, que son muchos los que empiezan pero pocos los que se gradúan. De hecho, uno de los parámetros para calificar a las carreras universitarias es la cantidad de estudiantes que han obtenido el título, y muchas, por más interesante que sea su propuesta, pierden puntos porque no cumplen este parámetro. Esto sucede porque escribir un trabajo final no es fácil, sobre todo porque muchos estudiantes no tienen un buen entrenamiento para redactar este tipo de documentos. Y también, aunque parezca increíble, muchos profesores no están del todo preparados para guiar de manera adecuada un trabajo de esta índole. Sucede que en muchas carreras no se orienta correctamente a los estudiantes sobre cómo escribir un trabajo de grado, en especial acerca de cómo conducir un argumento que lleve hacia la resolución de una pregunta de investigación. En muchas universidades he visto que se da más importancia a la cuestión formal (formato, citación, etc.) que a la cuestión argumentativa, y esto suele jugar en contra del prestigio de las instituciones. Si bien la parte formal es importante, la parte argumentativa es fundamental.
Otro problema relacionado con los trabajos de final de carrera es que se los concibe como productos que se agotan al terminar su redacción. Es decir, el objetivo final es que sean leídos únicamente por un tribunal ad hoc y luego almacenados en una biblioteca. Afortunadamente, ahora la mayoría de universidades cuentan con repositorios digitales, lo que facilita que los trabajos circulen y sean conocidos, pero son muy pocos los que logran trascender. Sería ideal que las universidades y los institutos de educación superior incentivaran a sus alumnos a producir trabajos que luego puedan publicarse como libros, o puedan servir para presentar ponencias en congresos o como material precursor de otros proyectos e investigaciones. Tal vez si viéramos los trabajos de final de carrera como un verdadero aporte a la sociedad (y a nuestras carreras) y no como un paso engorroso y pesado, sería más fácil y más entretenido redactarlos. Y también es importante, por supuesto, que estos trabajos estén bien orientados, y que no solo estén bien escritos y sean originales (es decir, sin plagios), sino que también tengan una orientación argumentativa adecuada que aporte y trascienda.